Primeramente, porque de lo contrario Cristo no hubiera podido cumplir la obra de la redención. Él tuvo que venir a ser hombre a fin de ser capaz de morir. Y tenía que ser Dios para cumplir la obra de redención con poder divino: “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (Hebreos 1:3; compárese con Colosenses 1:20). Además, debía ser Dios y hombre a la vez a fin de poder ser el mediador entre Dios y los hombres (1. Timoteo 2:5). Un mediador es alguien que puede poner sus manos sobre los hombros de las personas entre las que está mediando (véase, a manera de ilustración, Job 9:33). Notemos que es muy importante porque concierne a la persona de Cristo. Si un maestro viene a nosotros, y no trae “la doctrina de Cristo”, debemos rechazarlo (2. Juan 9-11).
